Partimos de la base de que toda innovación en el ámbito del que se trate pretende la modificación de algo, algún aspecto, dimensión o proceso, se trata de conseguir un cambio. Cambiar, de manera generalizada, es sinónimo de novedad, es la introducción de algo nuevo y diferente, pero innovar supone algo más que la simple introducción de una novedad, como sostiene Zabalza (2003-2004: 117), una cosa es cambiar y otra bien distinta es innovar. Innovar no es sólo hacer cosas distintas sino hacer cosas mejores. Entonces, la innovación y el cambio parecen ser dos conceptos estrechamente relacionados, una innovación debería lograr un cambio, pero entendiendo que no se trata simplemente de hacer algo de distinta manera, sino que se trata de un proceso complejo y profundo para poder mejorar.
En el caso específico de la educación una innovación puede producir cambios en distintas dimensiones como señala Eisner (1992, citado en Angulo Rasco 1994), la dimensión intencional que se corresponde con las teorías educativo-pedagógicas y las nuevas creencias inscritas en la innovación, la dimensión estructural que hace referencia a las nuevas vías de organizar la escuela, tiempos, espacios, organización docente, la dimensión curricular relacionada con el valor de los contenidos, la dimensión pedagógica relativa a las interacciones en clase, y la dimensión evaluadora referida a las experiencias de enseñanza aprendizaje como a los análisis que la innovación adoptada propicie sobre la propia escolaridad de los participantes (alumnos, docentes, padres). Ahora bien, la dimensión intencional es la cobra mayor relevancia porque está relacionada con los significados. Angulo Rasco (1994: 361) sostiene que estos son las interpretaciones que un proceso de cambio o una innovación pretende modificar a través de las concepciones y enfoques que le subyacen y sustentan, forman lo que puede ser considerado el 
entramado simbólico
de toda innovación. Esto tal vez permitiría una innovación en el sentido planteado por Zabalza (2003-2004: 117), quien dice que La cuestión es introducir procesos innovadores que vayan asentando prácticas que supongan una mejora de la calidad de lo que se está haciendo.
Si nos apoyamos en las ideas anteriores es para entender la naturaleza tan compleja de la innovación y las posibilidades reales de un cambio escolar, en tanto y en cuanto una innovación no penetre en el entramado simbólico de la institución. Y sin olvidar que existe el ámbito objetivo, como sostiene también el autor, y que hace referencia a aquellos elementos instrumentales en los que se vertebran, articulan y expresan dichos contenidos simbólicos.
Por otra parte, el concepto de innovación puede tener diferentes usos y significados de acuerdo a los intereses y fines sobre los que se asienta, y más específicamente en el caso de la innovación educativa como sostiene Carbonell (2001), relacionada con prácticas pedagógicas concretas de enseñanza aprendizaje, de acuerdo a modelos tradicionales o tecnológicos, o modelos más progresistas a partir de los que se pone en marcha. Si la innovación trata de, en palabras textuales del autor una serie de intervenciones, decisiones, y procesos, con cierto grado de intencionalidad y sistematización que tratan de modificar actitudes, ideas, culturas, contenidos, modelos y prácticas pedagógicas (Carbonell 2001:17), entiendo que se trata de lograr cambios, pero estos tendrán una u otra dirección en función de aquellos intereses, sociales, políticos, económicos e ideológicos en los que se sustentan los procesos de innovación, y en concordancia con los fines educativos deseados.
En este sentido, en la actualidad se propician reformas educativas que pretenden organizar un sistema educativo capaz de formar individuos socializados en códigos del mercado, intereses que se formalizan en políticas educativas que orientan innovaciones de corte instrumental y superficial, innovaciones para introducir todo tipo de tecnología a la escuela con absoluto desconocimiento de su uso en muchos casos, y con poco consenso respecto de los objetivos buscados a partir de su utilización. Se trata de innovaciones que no provocan cambios profundos en la creencias de los actores educativos o están orientadas a modificar solo aspectos estructurales sin correlación con otros pedagógicos o curriculares.
Ahora bien, muy diferente es pensar la educación como un proceso de formación más complejo e integral, y no para que sirva a intereses de políticas económicas, por lo que se debe innovar en las prácticas escolares a partir de la necesidad de convertir las escuelas en lugares más democráticos, más estimulantes tanto para los alumnos y sus familias, como para los docentes. Y si de un proceso tan complejo y continuo se trata, evidentemente tendrá sentido el día a día, tedioso, complicado, conflictivo, desorganizado e incierto si para las personas que lo viven tiene un sentido compartido comprometerse con un proceso de innovación como estrategia para dar respuesta a una necesidad de mejorar o cambiar algún aspecto escolar e institucional.
Recuperando las preguntas formuladas al inicio sobre cuál es el sentido de la innovación, por qué y cómo innovar, podríamos decir entonces que, las innovaciones en las prácticas escolares adquieren un sentido específico, se trata de modificar la dimensión intencional reflexionando sobre la función educativa de la escuela, a partir de lo que se organizan y modifican también con un sentido claro las demás dimensiones, y se puede concebir de esta manera otro tipo de prácticas escolares en las que se transforme pedagógicamente el aprendizaje escolar con nuevas estrategias para trabajar los contenidos, con otras formas de organizar la clase, con nuevos modos y formas de comunicación, con distintos usos de los espacios y los tiempos. Se trata de generar nuevos modelos pedagógico-didácticos que atiendan la complejidad del aula en donde la cultura pueda ser comprendida y utilizada por alumnos de muy diversos orígenes, culturales y sociales.
