En general se puede decir que la moral requiere en algún sentido y proporción formas de subjetivación que se desarrollan con relativa autonomía, es en tanto ajeno a las formas de autoridad que pretenden por medio de un código regir los comportamientos, en este caso la autoridad no juega un papel importante como en los códigos, más bien la subjetivación se hace en la forma más básica del razonamiento humano, el elemento más fuerte es moldear las prácticas de sí. El sistema de códigos y reglas pueden ser rudimentarios, lo que debe ser determinante es la relación del individuo consigo mismo, en sus acciones, pensamientos y sentimientos, que tales en conjunto lo constituyan como sujeto moral. Este hincapié se hace sobre la capacidad de discernimiento en el sentido cristiano, en el no dejarse llevar por los apetitos y placeres, mantener respecto a ellas dominio y serenidad; estar en capacidad de controlar los sentidos y no estar en un estado de esclavitud respecto de las pasiones, lo que en últimas permite un pleno disfrute del sí mismo.
Esta es una idea con la idea expuesta en el capítulo X de la ética a Nicómaco de Aristóteles sobre la templanza y disolución, pues la templanza es la medianía entre los placeres, se dice que el hombre que tiene la virtud de la templanza es regido por la recta razón, más adelante tendremos oportunidad de hablar de esta relación detalladamente.
En primer lugar hay que explorar brevemente en que consiste libertad moral, es aceptada en general como la libertad de la voluntad, es importante que la libertad de la voluntad no se confunda con otros términos cercanos y similares, es un error importante confundir la libertad moral con la jurídica, claramente esta última trata únicamente de asuntos de derecho, la libertad jurídica no es pues un hecho como tal, sino una facultad derivada de la norma, en el momento en el que empieza el deber legal, termina la libertad jurídica, mientras que cuando de asuntos morales se trata, se entiende la libertad como algo sin limitaciones exteriores que incluso es capaz de sobrepasar por mucho los límites de lo permitido.
Por otro lado es también un error confundir el libre albedrío con libertad de acción, pues la libertad de acción no es la libertad del querer sino la ejecución de lo que el sujeto quiere sin considerar si ese querer es como tal estrictamente libre. La libertad de acción es un caso particular de la libertad externa, por esta se entiende la autonomía de la voluntad frente a las situaciones, no obstante es iluso pensar que la decisión de querer no es independiente de las posibilidades y características que las situaciones ofrece.
La libertad moral entonces, puede consistir en una independencia o autonomía o indeterminación entre lo interno y lo externo, emerge necesariamente de una determinación de carácter único, , como una forma de determinación positiva que emana de la voluntad misma y que solo responda a ella y solamente a ella.
La libertad griega, por ejemplo era entendida como una manera consiente de saberse determinado, es decir está vinculada al conocimiento y la razón, el sabio es pues el hombre libre por excelencia, pero es un modo extraño de ser libre pues aunque conoce claramente la diferencia entre el bien y mal, no puede tener la potestad de hacerlo o evitarlo, esto especialmente porque el hombre es solo una parte de la naturaleza. La libertad es una aceptación del destino, como precio ineludible de la libertad.
El cristianismo es revolucionario en su forma de entender la libertad, pues es firmemente vinculada con la personalidad humana, pero claramente esa libertad no es del todo incompatible con la voluntad divina, según San Agustín el hombre hace libremente lo que Dios sabe que ha de hacer con libertad. Entonces la voluntad divina no impide que el hombre actué libremente, esta libertad entendida de manera tan dinámica implica una fuerte responsabilidad, esta es una concepción histórica, pues sin esta óptica no hubiera sido posible tener la formación histórica.
En el formalismo kantiano, es la libertad moral gobierna toda la filosofía y es la superación de la ética empirista en lo concerniente a las practicas del hombre, por otro lado, en su subjetivismo trascendental, es decir lo concerniente a la autonomía de la voluntad, la libertad moral es el foco de las formulaciones éticas, Kant logra tratar de manera aislada los asuntos humanos de los teológicos, entre la causalidad y la libertad no hay oposición, pero la libertad de la voluntad es compatible con la legalidad de la naturaleza, la legalidad del hombre es indefectible, pues ni siquiera el hombre dotado de voluntad puede ser excepción a la naturaleza, desde esa perspectiva ontológica el hombre no puede ser libre como tal, no es libre respecto a la causalidad natural, pero el hombre también pertenece a una estructura de la naturaleza que es compuesta por la razón, en esta medida concibe la libertad como la libertad positiva. La libertad del querer queda establecida cuando se logra descubrir dentro del orden de la naturaleza humana, en la cual aparece una legalidad de la voluntad, la libertad en términos kantianos es entendida como un poder no determinado en el modo causal, es una determinación de naturaleza distinta, oriunda de la voluntad. En este sentido la ética kantiana es autónoma, pues el sujeto actúa de manera autónoma cuando las normas que rigen su comportamiento provienen de la voluntad propia, no de aspectos exteriores al sujeto, es la voluntad pura, y no el querer empírico que depende de las influencias sensibles, esto porque el sujeto obra autónomamente cuando la norma que rige su comportamiento proviene de su propia libertad, es una voluntad que se determina a si misma de acuerdo con un principio racional y sólo a través de ella puede concebirse la realización de las dos exigencias planteadas por el imperativo categórico, por un lado la de la autonomía y por otro lado la de la universalidad, la libertad pura será cuando no obedece a nada más que el motivo de determinación conociendo que en principio reside en su misma naturaleza.
Por otra parte, Kant considera a la voluntad pura como libre en cuanto no obedece a más motivo de determinación que el principio que reside en su misma esencia. Cuando cumple las máximas que de ella misma emanan, hace patente su libertad.
En este momento la intención es centrarnos en una filosofía estrictamente individual, no negando el lugar del estado y las libertades jurídicas y externas sino aislando el asunto al individuo meramente. Es en el dominio de sí mismo donde quiero poner el énfasis, en la capacidad de reconocer todo aquello que ocurre en torno al individuo y del de lo que el individuo debe hacerse consiente, fundamentalmente este dominio se convierte en una responsabilidad, es decir, en la conciencia de que cada acción trae consecuencias y que esas consecuencias deben estar en concordancia con los deseos y quereres de ese individuo.
Por ejemplo si Pedro está en una importante reunión de trabajo en la que según su desempeño puede optar por un buen ascenso, pero pedro se encuentra muy nervioso, él debe estar en la capacidad de dominarse a sí mismo, a sus miedos, temores y prejuicios para que estén en favor de su deseo que es obtener el ascenso, pero esto no solo se refiere al dominio de sentimientos e instintos sino también al dominio de los deseos y placeres, en este sentido tendrá la libertad para gozar de ellos, es decir, al contener sus deseos de alcoholizarse y entregarse a una noche de copas descontrolada, su dominio de sí mismo le permitirá pasar una noche agradable con mensuraciones, que no solo será bueno para su salud sino que evitara malograciones de sus relaciones y posibles vergüenzas.
En este sentido no se trata de reprimir los deseos, sino por el contrario en la medida en que se mesuran, tener la posibilidad de disfrutarlos en su máxima expresión, esto gracias a la posibilidad de establecer la razón como un criterio fundamental en la formulación de sus deseos verdaderos y no en los deseos instantáneos que aparecen en las circunstancias.
Esta libertad deja al individuo en el uso de sus plenas facultades siendo capaz de decidir por sí mismo qué va a hacer, cómo lo quiere hacer y por qué, siendo que no es un hombre que se deje llevar por las circunstancias, pensamientos, sensaciones e instintos.
Esto a mi parecer no solo concuerda con los imperativos categóricos kantianos, sino además con el hombre virtuoso aristotélico e incluso en cierta parte con la voluntad divina del cristianismo.
La vida sexual es uno de los aspectos más delicados en términos de las moralidades, pues su negación y demonización implican que en la mayoría de veces son actos malos. Pero un hombre dueño de sí mismo entenderá que su vida sexual es tan importante como cualquiera de los demás ámbitos de su vida y que en esa medida es importante disfrutarla, pero no por eso pasará nunca por encima de los demás sino que encontrará la forma en que no dejándose llevar por las pasiones busque sus placeres, sino que de manera concient3e y regulada lo disfrute en relación con sus planteamientos racionales.
El hombre que es dueño de sí mismo hará las cosas bien, en el sentido moral no cristiano, de manera natural, sin la necesidad de que algún ente regulador le señale lo bueno, pues en el ejercicio de su razón el bien se seguirá inmediatamente, esto íntimamente relacionado con el hombre virtuoso aristotélicos que es un hombre prudente y equilibrado, que está predispuesto a hacer el bien.
Estar en la potestad de controlarse a sí mismo, implica por añadidura el uso natural de la prudencia y la templanza en el sentido aristotélico, aunque las virtudes no serán las mismas que para el estagirita pues en el sentido moderno por ejemplo, el adulterio no necesariamente es un vicio para el hombre dueño de sí mismo, que incluso podría ser capaz de negarse a la monogamia en virtud de su disfrute y claramente del respeto por el otro.
Esto es importante porque aunque el autárquico se rige por sus propias normas, nunca niega al otro pues es capaz de verse a sí misma en el otro, por eso lo reconocerá como igual y como un algo distinto pero tan respetable como si mismo.
En esta medida ser dueño de sí mismo otorgará una libertad a cambio de una fuerte responsabilidad de asumir sus propios actos como suyos con todo y sus consecuencias, pero siempre la libertad tiene un precio, esta libertad me parece más natural y más valiosa porque es en el sentido kantiano construida por uno mismo, para sí mismo, regido con las propias leyes del individuo.